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El logo de los Aeropuertos de Pulia procede de una obra diseñada por Stephen Antonakos que lleva por título «Horizonte».

El contenido conceptual de «Horizonte» es responder a un espíritu de movimiento hacia lo alto y al mismo tiempo comunicar dicho espíritu en términos tanto visuales como emocionales.
El artista ha creado su obra y a partir de ella se ha creado el logo.

Si las secciones y subsecciones de la nueva terminal remiten, en su carácter claro y rectilíneo, al orden urbano y a la racionalidad moderna, el grupo de claraboyas triangulares que corona el edificio evoca, en cierto modo, el perfil de una población antigua, como Alberobello, con sus trullos cónicos.
Según el artista, este tono de la diagonal no constituye sólo un contrapunto formal, sino que aporta también un sentido de historia y de aspiración humana.

En su arte, el artista busca siempre encontrar una dinámica de complementariedad con la arquitectura.
Formula sus conceptos escultóricos en relación con las características formales y estéticas del edificio y del espacio en torno.
No le guía nunca la intención de decorar, sino más bien el deseo de ofrecer, en el diálogo de la obra con la estructura arquitectónica, una vívida experiencia sensorial.

«El uso del color no responde a intenciones de representación simbólica.
Lo que ha determinado mi elección son la cualidades particulares del neón.
El neón puro es rojo, y es el color más fuerte en este medio.
El verde es el color de mayor carácter espacial, y se irradia en el espacio más que cualquier otro color. El trazo aislado de color celeste, simplemente parecía necesario como acento rítmico».

La obra de arte ha sido realizada e instalada por la firma Astra Neon s.r.l. de Bari.

STEPHEN ANTONAKOS

Apuntes sobre el «Arte Público»

«Ante todo, soy un «Formalista»; mi arte utiliza figuras geométricas muy tradicionales, clásicas: círculos, cuadrados, líneas rectas y líneas onduladas.

Esto no es fruto de una teoría mía: simplemente se trata de las formas que más me gustan, las que considero que, en contacto con el neón, son las únicas que han mantenido todas las promesas y la excitación de cuando comencé. Cuando uso formas incompletas, lo hago para acentuar lo que está siempre presente en mi trabajo: la inclusión del espacio externo en la obra, en la percepción visual de las formas, y en la experiencia cinética de la escultura, como si el espectador se moviese alrededor y viese la obra desde distintos ángulos, desde distancias variables.

Las formas son lineales, pero es un dato incontestable que la luz, en cambio, tiene una dimensión «espacial».
Es cierto que, en algún modo, podemos darle una medición, pero a distintas horas del día y de la noche, las reverberaciones de color penetrarán en los espacios en torno con mayor o menor intensidad, en función de la luz natural o artificial presente en la zona.

Por la noche el neón es más intenso, casi quema las imágenes sobre el fondo de oscuridad. En un día fuertemente soleado, luminoso, el neón puede parecer casi invisible, y en ese contexto las formas mismas son las que se recortan, evidentes y en clara e inmediata simbiosis con las estructuras arquitectónicas y sus proporciones. Esta puede definirse como una visión racional o pragmática en contraste con la espectacular intensidad de la visión nocturna. Naturalmente, sólo estamos hablando de los dos extremos; aparte de esto, son las diferentes gradaciones de la luz natural entre el alba y el ocaso, y el modo en que el clima influencia los claroscuros durante la jornada, las que pueden hacer sentir al espectador infinidad de matices de la obra. Por esa razón, no creo que en verdad haya una visión preferible a las otras: quiero que la gente sienta y perciba mi trabajo con todas las posibles variaciones de luz. Es una experiencia totalmente distinta de la del arte tradicional, inmortalizada en un espacio delimitado, circunscrito, separado, de algún modo lejano del espectador. Mi obra se expande en el espacio, llega al espectador, que está quieto, en pie, o camina, en movimiento. Este concepto, en el que arte y espectador ocupan y dividen el mismo espacio vital, para mí es importantísimo, porque mi esperanza es que de este modo la obra forme parte de la experiencia más íntima de quien observa, y que de alguna manera, consciente o inconsciente, los sentimientos y las sensaciones que nos hacen a cada uno único y distinto de los demás, puedan fundirse en una única percepción, más profunda.
Si bien mi arte es «público», espero que toque y despierte alguna fibra profunda en quien lo mira, que cada persona lo «sienta» suyo, a su manera.

En cada nuevo trabajo, yo comienzo siempre por el lugar en sí de la instalación, por las formas, las proporciones, y los materiales mismos de la arquitectura, y sobre todo por el modo en que ésta se relaciona con el espacio en torno a ella. Obviamente, es muy importante también la función misma del edificio, y el espíritu del lugar, en su totalidad.

Con «Horizonte» he visto especiales oportunidades: la gente verá la obra tanto al irse como al llegar, dos acciones a las que corresponden estados emocionales muy diversos entre sí. 
También podrán verla desde más lejos, desde más cerca, parados y en movimiento. Me entusiasma saber que los espectadores podrán «sentir» la obra desde el cielo, desde grandes alturas, y también desde muy cerca del edificio, en el aeropuerto.

Me gusta mucho que una obra así contribuya a identificar el edificio, su función, la sensación de saludo («Hola») y despedida («Adiós») a Bari, y estoy feliz de que todo el proyecto adopte la idea del «límite».

Precisamente, si he llamado a este trabajo «Horizonte» ha sido, no sólo por referencia al punto en que la tierra toca el cielo, sino también porque se levanta allí donde la gente sube volando al cielo, y baja a la tierra, directamente desde las nubes.

Para mí, este «límite» no es solamente físico, sino que es parte de nuestra sensibilidad interior, cuando pasamos del estatismo al movimiento, y viceversa; corresponde a toda la gama de relaciones entre los espacios del mundo, los externos y nuestras dimensiones interiores. 
Por lo común, en cada nuevo proyecto que emprendo, encuentro muy rápidamente el lugar adecuado, o los pocos lugares válidos, en que quiero que se sitúe exactamente mi obra. Después, lo pienso atentamente y paso a experimentar todas las combinaciones de colores, formas, tamaños y proporciones.
Trabajar en simbiosis con la arquitectura, con el edificio donde surge la obra, es crucial, como lo es el considerar los espacios alrededor y por debajo del mismo.

Cada elemento refleja los demás, y todos los componentes de la obra deben estar conectados internamente entre sí, y a la totalidad del trabajo, a la arquitectura del edificio y a los espacios en torno.
Por ello, me defino como «Formalista», y soy feliz y me siento satisfecho cuando percibo que he encontrado el mejor equilibrio de formas, el que anima lo más posible toda la zona donde surge la obra. Pero no acaba ahí la cosa.

La forma es como la técnica: puede llevarse a niveles máximos de refinamiento e innovación. 
Sin esta claridad de formas, yo no puedo «sentir» que la obra pueda surgir. 
Pero hay más cosas, muchas más cosas, que podemos ver y sentir en los movimientos y en las emociones. 
Es imposible tratar de describir lo que los espectadores puedan pensar o sentir frente a una creación artística, pero mi esperanza más grande es que mi trabajo inspire una apertura, inspire en quien mira la posibilidad de una percepción elevada del momento inmediato, del aquí y ahora, pero también del sentimiento grande, misterioso, potente, de estar en el «límite» de todo lo que ya se conoce, pero sabiendo, sintiendo que hay más, todavía, más allá».

Stephen Antonakos