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Tres letras escritas en neón con caracteres que simulan la escritura a mano anuncian la obra Sud de Daniela Corbascio. El nombre propio del lugar, como si fuera una persona, se asienta sobre una larga recta que termina en punta de flecha. La línea de cristal es el vector luminoso del mensaje y señala ante todo una dirección del alma, más que del espacio. Algo que ya se percibe en el tipo de luz química, un velado candor de vapores rosas, como cuando el sol se vislumbra en el horizonte del mar de levante. La instalación alcanza su epifanía cuando entra en comunión con los lugares seleccionados por la artista. La flecha del Sur (Sud) tiende al diálogo con los símbolos del Poder y la Memoria, de la Imaginación y el Comercio, que hablan del Pasado y Presente de su ciudad, Bari: el imponente conjunto arquitectónico del Castillo Normando-Suevo, con su pasado lleno de historia y de historias junto al centro antiguo de la ciudad, que todavía resiste al proceso de gentrificación; la belleza decadente con pinceladas exóticas del antiguo Teatro Margherita, en el lugar en que sus pilotes de cemento se enclavan en los embarcaderos del Circolo della Vela; el elegante modernismo del edificio que alberga la sede de la Banca Nazionale del Lavoro en el corazón del barrio murattiano, como queriendo subrayar el carácter primigenio de una sociedad de mercaderes y comerciantes. A este primer núcleo se añadió la flecha colgante sobre una cornisa elevada del macizo edificio del siglo XX en el paseo marítimo – hoy sede del gobierno de la Región de Apulia –, donde señala tímidamente nuevas direcciones necesarias para los destinos históricos. Y por último, pero no por ello menos importante desde un punto de vista sensorial, se encuentra la flecha encaramada a la antigua torrecilla del halconero: situada en el término de un aeropuerto en continua expansión y en un cielo surcado por múltiples rutas aéreas, parece querer mantener el eje magnético sobre el polo de la identidad.

Pero el signo del Sur no supera ni atraviesa estos lugares. Vuela en las alturas, buscando el punto oblicuo del borde, el lado, el ángulo y la «distancia adecuada» para la mirada de los transeúntes, tanto lugareños como forasteros, así como la adecuada integración en el contexto Natural y Cultural en el que se ubican los símbolos de piedra. Acepta desaparecer con las primeras luces del día y reaparecer cuando llega la oscuridad, desafiando el crisol de luces de la ciudad. Porque el Sur que ilumina Daniela no es una imposición, sino algo íntimo, una declaración de amor. Tampoco representa necesariamente un recorrido por el Sur de Italia. Es una enseña que muestra, en obstinada tautología, la presencia del Sur en una ciudad del Sur.

Pero es precisamente aquí donde se produce el punto de inflexión en la ya extensa trayectoria de Daniela Corbascio, una de las pocas artistas italianas que han conseguido manipular sistemáticamente el tubo de neón como medio fundacional o definitorio de la competencia para realizar instalaciones a gran escala, en espacios abiertos o cerrados, desde las geometrías del estructuralismo formal hasta las experiencias visionarias más inquietas. Es la difícil elección de reducir el uso de la light art como «escritura de luz» casi a los límites históricos de la cultura de ámbito conceptual-minimalista. Para revelar, mediante el frío y la pureza de la luz artificial, el secreto de una obsesión cultivada en el fondo de una aventura existencial que la artista transmite con su generosidad para construir y comunicar. El Sur, precisamente, como condición interior y fuente arquetípica en la que se recogen y reúnen experiencias personales, memorias privadas e historias de la sociedad de su tiempo y lugar. La belleza y el sufrimiento del Sur, la inteligencia y la miseria del Sur. La vitalidad dionisíaca y la naturaleza apolínea se funden y solapan en el imaginario compulsivo de Daniela, evocando una patria fabulosa que se extiende por el Mediterráneo hacia tierras africanas y asiáticas, más allá de las columnas de Hércules… Un atlas imaginario en el que se refleja y proyecta ella misma, aunando orgullo identitario y temores ancestrales en una especie de fundamentalismo local.

Este pulso entre memoria y desdén, emociones e ideas, la artista lo ha transformado valientemente en un ejercicio extremo de ascesis lingüística. En el compromiso de separar la urgencia del magma expresivo, tan apreciado por ella, en la firmeza desnuda y autorreferencial del enunciado «Sud» y, a la vez, perfilar un movimiento alucinatorio en el espacio público. Un movimiento con tintes de arte urbano, una escritura lumínica caracterizada por modalidades de repetición diferentes: aunque el concepto estructural de la instalación es siempre el mismo, su dimensión y altura perceptiva varían dependiendo del espacio en el que se sitúa. El mensaje y su sentido prevalente también cambian en cada caso, en el diálogo con los aparatos funcionales y simbólicos de los que cada estructura o institución de la ciudad se hace cargo.

La instalación de Daniela Corbascio se inscribe en una contribución significativa a la formulación de una concepción de arte público renovado en la cultura pullesa en el marco de la intervención en el aspecto social, pero mantenida en el hilo lingüístico de la distancia y la separación. De esta forma, la propuesta – o más bien el sueño – se abre paso entre los signos de vida urbana con fantasmagórica virtualidad de «obra abierta»: la contemplación de Sud como enigmática evocación metafísica apela a la reacción, la pregunta, la integración de todo aquel que la encuentra.

Esta es la «necesidad interior» de un proyecto que ha madurado lentamente, desde que – allá por el año 2000 – instalara La porta sul mare frente al palacio de La Provincia. Ahora alza en su ciudad escéptica y confusa la firma luminosa de una decisión irrevocable: «Quiero quedarme aquí».

PIETRO MARINO